Por: Fernando Zamora
Prometheus es un filme importante.
Marca el regreso de Scott a la ciencia ficción, género que nació con Fritz
Lang, mostró su belleza adolescente en 2001
de Stanley Kubrick y llegó a la mayoría de edad con Alien de Ridley Scott. Lleno de veladas referencias sexuales, Alien anunciaba la pandemia del SIDA, pero
secuela tras secuela se agotó. Hoy Prometheus
se anuncia como “precuela libre” del Alien. Y habrá que saber qué significa todo
eso.
Hay que decir que ni con Alien ni con Blade Runner Scott alcanzó la belleza de Kubrick quien potenció
—con mucho— el libro original de 2001. La fuerza del texto de Arthur C.
Clarke había que buscarla en un libro que pasó desapercibido y que exploraba
con más profundidad los temas que toca de pasada la Odisea del espacio. Habiendo leído El fin de la infancia del mismo Clarke, Kubrick
construyó 2001, una obra más próxima
a The tree of life de Terrence
Mallick o a las disquisiciones poéticas de Reggio y Tarkovksi que al cine para
niños que se clasifica en las videotecas como “de ciencia ficción”. Alien, Blade
Runner y 2001 hablaban de
Dios y de su ausencia.
Hoy Ridley Scott ha querido repetirse. El
problema, sospecho, es que, aunque se da permiso de ser lírico en las imágenes,
tiene miedo de perder al gran público. Alien
consiguió en 1979 ser a un tiempo importante y popular. Hoy los productores
tienen a Scott muy controlado. Y él quiere un Blockbuster echando mano de temas bíblicos. Tenía razón Kubrick cuando
se negaba a permitir que sus productores corrigieran el guión “por el bien del
gran público”. Frente a Alien, Prometheus es como transitar entre el Timeo
de Platón y un pasquín que anunciase que, en el Área 51, encontraron al
chupacabras.
Las locaciones hermosísimas; el diseño de
producción es propio de lo mejor de Hollywood y Prometheus, en fin, pretende ser un clásico instantáneo. Lo
mejor de Ridley Scott se reconoce y, por desgracia, también lo más agudo de sus
instintos cleptómanos. Dos ejemplos nada más: el robot de moral ambigua
recuerda demasiado a Hal 9000 y el capitán es como un Harrison Ford, bonachón y
coqueto. El hermetismo de Prometheus
(todo eso que está ahí para ser interpretado) tiene la misma ambigüedad de toda
la película. Es una invitación a pensar, sí, pero también a comprar el boleto
de la secuela de esta precuela que parece más bien una paracuela. Barroco, sí.
Los artistas metidos a mercadólogos suelen presentar verdaderos enigmas.
Que un grupo de científicos vaya y descubra
que la humanidad ha sido creada por unos mal encarados y malotes es algo que ya
se le había ocurrido a Erich von Däniken en 1975. No era necesario tanto ruido
para volver a espetarnos la teoría cátara de que el universo ha sido creado no
por Dios sino por el diablo. Si Ridley Scott quería volver a ponernos en el
romántico lugar de sus robots de Blade Runner, no lo ha logrado. En Prometheus
no hay espacio para el anhelo de Dios y la belleza de este viaje a Islandia resulta
con más barullo que poesía, más mercadotecnia que Sturm und Drang.
Prometheus. Dirección Ridley Scott. Guión Jon Spaihts y Damon Lindelof. Fotografía Dariusz Wolski. Música Marc Streitenfeld. Con Noomi
Rapace, Michael Fasbender y Charlize Theron. Estados Unidos, 2012.
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