Por: Fernando Zamora
Nostalgia
enfermiza heredaron los adolescentes de la sociedad más rica en la historia humana;
un dolor inquietante que encarnó en Holden Caulfield, protagonista de El guardián
en el centeno: neurosis, miedo a crecer, amor-odio en dosis siniestras,
rebeldía sin causas ni efectos. Estos adolescentes de la posguerra
estadunidense han sido retratados en decenas de joyas: Rebel without a cause, Breakfast club,
Ordinary people,
Stand by me,
Elephant.
Son tantas… y son todas herederas del Caulfield que creó Salinger, un
adolescente típicamente americano que vino a sustituir al ingenuo Tom Sawyer de
Mark Twain, a la idealista Scout Finch de Harper Lee. Sawyer y Finch tuvieron
nietos enfermos de tristeza, una tristeza agridulce que encarna otra vez en
esta película: The perks of being a wallflower. Escrita y dirigida con la
destreza de un artesano, estos “gajes del oficio de ser sensible e inmóvil como
una planta” (traducida rápida y oficialmente como Las ventajas de ser invisible)
transcurren en los años ochenta: tiempos de Reagan y Thatcher, tiempos en que
se graban casetes a modo de cartas de amor (un tipo de carta de amor que solo
existió en esos años), tiempos en que no era moda, sino convicción, ser dark
y uno se jugaba la vida si le daba por “confesar” que era gay.
Como
en los grandes tópicos de la pintura, importan tanto las semejanzas como las
diferencias: sí, Charlie (un personaje tan bien actuado que Logan Lerman parece
en todo momento a punto de matar, besar o llorar) acaba de entrar a la prepa;
sí, es incapaz de tener amigos; sí, tiene “algo” trágico en su pasado; sí, es
sensible y quiere ser escritor. Pero en las singularidades están las artes de
una obra que tiene que ser escrita (o lo que es lo mismo, una obra que tiene
que ser vista o leída): Charlie no es un retrato más del adolescente que en la
infancia sufrió abuso sexual. La persona que abusó de Charlie es, al mismo
tiempo, a quien él más ha amado. Aún la sigue queriendo… y odiando… y
sintiéndose enternecido y enojado y culpable. En esta complejísima amalgama de
sentimientos está la clave de un personaje que deja, a propósito, muchos cabos
sueltos. Charlie, a edad muy temprana, no solo fue usado sexualmente, fue (en
el sentido más amplio) erotizado. Es aquí que el coming of age re-encarna con un
nuevo punto de vista sobre un viejo tema: este que hoy está en la edad exacta
en que a veces parece un adulto y a veces un niño tiene que dar paso a la vida
y permitir que sea otro adolescente de deseos ambiguos quien re-encause su
impulso asesino, su impulso artístico, su impulso sexual.
Algo
hubo en los años ochenta. Un niño-adulto que volvemos a ver y que hay que ver
porque está bien escrito, bien dirigido y sobre todo muy bien actuado. Tanto,
que es real aquí que en el amor no haya clichés; hay personas que en el tiempo
están escapando. Pero hay un instante particular en que vale la pena todo lo
que significa, en esta película, el puente que lleva a Pittsburgh.
The perks of being a wallflower (Las ventajas de ser invisible). Dirección Stephen Chbosky. Guión Stephen Chbosky basado en su propia novela. Fotografía Andrew Dunn. Música Michael Brook. Con Logan Lerman, Ezra Miller y Emma
Watson. Estados Unidos, 2012
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