Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
Que la moda está a la altura del arte quedó
demostrado en Prêt–à–porter de
Robert Altman (1994). Por desgracia, la nueva versión sobre la vida de Yves
Saint Laurent se inserta más en el terreno del biopic y, como es de esperar en un director con una
filmografía específica, un biopic
de corte homoerótico en que más importa la sexualidad de los protagonistas que
sus artes en el mundo de la alta costura. Esto no significa, claro, que la
película carezca de virtudes que van más allá del morbo. Yves Saint Laurent es apta para cualquier amante de las artes
audiovisuales de Francia: esas de imagen perfecta en pose Vogue y una historia que se desarrolla con suficiente lentitud
como para abrazar una fotografía que (ahí sí) va bien con el arte de Saint
Laurent: imposible no fascinarse con esa luz que delinea rostro y telas.
Es de notar, sin embargo, que aquí el héroe es
héroe porque se apellida Saint Laurent y es necesario que uno lo admire
previamente o que esté más interesado en la forma descocadamente francesa en
los protagonistas se seducen para interesarse a profundidad.
A menudo la
historia se atasca y, al menos para los estándares del entretenimiento, promete
mucho y paga poco. Hay además en la narrativa un saborcito oficialista que se
debe quizás a que el director eligió, del libro en el que se basa, los temas
más frívolos en la historia de un genio que tuvo fama de tantas cosas que a
menudo resulta difícil discernir lo que es historia de lo que es publicidad.
Comenzaba este texto con la mención del filme de
Altman porque uno esperaría que, en homenaje a una personalidad tan fascinante
como la de Yves Saint Laurent, el director Jalil Lespert hubiese puesto más
énfasis en el Arte (así, con mayúsculas), en un proceso creativo que (cuenta la
leyenda) llevaba al diseñador francés al éxtasis, como uno de esos pintores
medievales que, en lucha con sus demonios, sus amores y sus dones, conseguía
una furtiva imagen de Dios. Lo que aquí se cuenta es lo que todos saben, que
Saint Laurent consiguió imponer su gusto a los ricachones capaces de comprar
sus obras y aun a la clase media que en la década de 1980 trató de imitar la exuberante
sencillez de trajes y vestidos que exigían ya en aquellos tiempos cuerpos tan
delgados como las corbatas del genio, cuerpos sometidos a la tortura de una
perfección imposible.
En fin, que más que de Prêt–à–porter de Altman, Yves
Saint Laurent está cerca de aquella Coco
avant Chanel que en 2009 dirigió Anne Fontaine. Allá tampoco se llevaba
la moda al terreno del arte y todo quedaba en un chisme tan frívolo como esas revistas
que venden belleza imposible sin reflexionar en los demonios que aquejan a
quienes realmente la ven encarnarse en el trabajo obsesivo de un monje medieval
que aspira a Dios pero vive rodeado de tentaciones.
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Yves Saint Laurent. Dirección: Jalil Lespert. Guión: Jacques Fieschi, Jérémie Guez,
Marie–Pierre Huster y Jalil Lespert, basados en el libro de Laurence Benaim. Fotografía: Thomas Hardmeier. Música: Ibrahim Maalouf. Con Pierre Niney, Guillaume Gallienne y
Charlotte Le Bon. Francia, 2014.
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