Por: Fernando
Zamora
@fernandovzamora
Con Birdman no solo se consolida Alejandro González Iñárritu,
también Michael Keaton, un actor que antaño pareció empeñado en destruirse a sí
mismo. Afortunadamente siempre hay directores dispuestos a socorrer a estrellas
en apuros. Recordemos los favores artísticos que regaló Tarantino a John
Travolta en Pulp Fiction.
En efecto, estoy comparando a
Iñárritu con Tarantino, no tanto por sus temas como por lo importante de la
carrera de un autor que maneja toda clase de géneros. Más que con Tarantino, en
este sentido habría que comparar a González Iñárritu con Kubrick o con Coppola.
Son pocos los autores que narran igual de bien una tragedia o una farsa.
Pero volvamos a Michael Keaton, toda
vez que aquí resulta tan importante como el director. En Birdman, Keaton hace a un hombre que aún cree ser el héroe
que alguna vez lo hizo famoso. Y vista con detenimiento, la película contiene
(aunque en primera instancia no pareciera por el hecho de ser una comedia) los
temas que han explorado tanto el director como el actor. Keaton, por ejemplo, construye
a un personaje en la frontera entre la enfermedad y el genio; algo similar a lo
que hizo tantos años atrás cuando interpretó a Batman y a Beetlejuice.
Y es que Batman (o mejor, la
sombra de Batman) es lo que hace que Michael Keaton resulte el hombre perfecto
para interpretar a este actor decaído que, en su desequilibrio mental, nos
permite aproximarnos a la lucidez de la locura. Con estándares como los que han
dejado Alonso Quijano y aquel famoso McMurphy que interpretó Jack Nicholson en One Flew Over the Cuckoo’s Nest, de
Milos Forman, la locura en el mundo narrativo requiere de talento. Iñárritu,
por fortuna para sí mismo, lo tiene. Deben estarlo odiando sus detractores.
Ahora, si a actor y director
agregamos la fotografía de Lubezki la conclusión es sencilla: Birdman es una pieza construida
con base en toda clase de arte y virtuosismo. Emmanuel Lubezki ha rodado la
película en un solo plano secuencia, esto es, sin cortes. Tal malabarismo parecería
gratuito si no fuese porque la forma en que la cámara acentúa la actuación de
Keaton transmite al espectador el mareo de la locura que necesita el director
para medirse con el gran arte del mundo.
En fin, que Alejandro González
Iñárritu se ha enfrentado con una buena variedad de retos y sale de todos ellos
muy bien librado. Arriesga escribiendo con nuevos compañeros, arriesga
incursionando en la locura, en la comedia y en ese gigantesco plano secuencia
en que se tocan forma y fondo. Birdman
es una pequeña joya que, además, produce la sensación de que el director ha
dejado atrás los tiempos en que deseaba impresionar a los jurados fílmicos del
mundo y hace cine con la misma necesidad que tiene el poeta de escribir. Solo
hay una cosa vergonzosa que vale la pena notar: el mejor
arte mexicano se está haciendo al otro lado del río Bravo, en Estados Unidos. Sin
duda se trata de un tema que hay que pensar con la seriedad que este país se
merece.
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Birdman. Dirección: Alejandro
González Iñárritu. Guión: Alejandro
González Iñárritu y Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo. Música: Antonio Sánchez. Fotografía: Emmanuel Lubezki. Con Michael
Keaton, Emma Stone y Naomi Watts. Estados Unidos, 2014.
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