sábado, 19 de mayo de 2012

Por: Fernando Zamora

Hace 37 años, en mayo de 1975, Carlos Fuentes asistió al estreno en Cannes de la película ¿No oyes ladrar los perros?, de François Reichenbach. Era la segunda vez que Reichenbach competía por la Palma de Oro (que nunca ganó). Competía por Francia y México porque ¿No oyes ladrar los perros? era una coproducción en la que nuestros nacionalismos se solazaban en el exotismo indígena. Fuentes adaptó el texto de Rulfo y dio ternura a una situación casi tan vieja como el triángulo edípico: un hombre carga en sus hombros a un niño que le pesa mucho. Esta sencilla premisa sirve a Fuentes como pretexto para iluminar, en continuidad con la escuela del realismo soviético (tan de moda entonces y hoy), el universo de los chamulas. Fuentes trabajó el original de Rulfo siguiendo las teorías de la caméra-stylo y el cine-ojo de Vertov, difuminando las fronteras entre realidad y ficción. ¿No oyes ladrar los perros? parece tan actual que podría volverse a presentar en Cannes el año próximo, junto a los directores iraníes, los nórdicos y uno que otro latinoamericano; es cine que, con bajos recursos, aspira a ser espejo de la realidad, muy en el estilo de Fuentes, quien escoge la exaltación como denuncia. Aquí, los chamulas son víctimas del racismo de los “ladinos”, de los mestizos. México los somete.
En el cuento de Rulfo, el muchacho que va en hombros de su padre es un criminal. En la interpretación de Fuentes, el niño representa el futuro segado y quien haya leído a Goethe entiende que, más que a Rulfo, Fuentes parece estar adaptando un poema del alemán. Las lecturas superficiales engañan. Podríamos pensar, por ejemplo, que Fuentes traiciona la posición de Rulfo al cambiar a un adolescente salteador por un niño. Al contrario: Fuentes aspira a una tradición mucho más amplia. ¿No oyes ladrar los perros? comienza con el relato bíblico de la creación entremezclado con el mito de los chamulas. Más adelante, mientras el padre va a buscar agua, el niño observa espíritus chamulas que vienen por él. Son como nahuales que quieren llevárselo al otro lado del río. Esta escena confirma la intuición de que aquí está el Erlkönig de Goethe: un hombre lleva a su hijo enfermo al doctor, el niño enfebrecido mira en los árboles al rey de los alisos que dice “Ven, hermoso niño, ven conmigo a jugar”. No es casual, por otra parte, que Fuentes y Reichenbach hayan situado la película entre los chamulas, tan relacionados con San Cristóbal. En el nombre del pueblito encontramos la más profunda referencia de Fuentes en ¿No oyes ladrar los perros?: San Cristóbal llevó en hombros también a un niño que le pesaba mucho, muchísimo. Era Dios, el creador del universo. Ni más ni menos. En esta película de Fuentes, Ignacio pesa por todo el futuro que la muerte le está negando.
Fuentes escribió unas veinte películas. Tal vez la más famosa sea Gringo viejo, tal vez la más importante sea El gallo de oro, tal vez la más recordada sea Pedro Páramo. Me quedo con ¿No oyes ladrar los perros? Aquí están sus búsquedas, sus imágenes, sus intereses artísticos, al menos en la etapa “más fílmica” de su historia. Hoy que Fuentes ha cruzado el río me pregunto si habrá escuchado ladrar a los perros.

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