viernes, 14 de septiembre de 2012

Tabú y tótem



Por: Fernando Zamora
Totem de Jessica Krummacher alude al Teorema de Pasolini en más de un sentido. Ahí donde Teorema contaba la historia de un muchacho de cuerpo angélico que irrumpía en la vida pequeñoburguesa de una familia cualquiera para despertarla al sexo y otras delicias dignas de ser vividas, Totem denuncia y nada más. Sin darse permiso de falsas esperanzas. Pareciese que las sociedades postindustriales que dieron origen al Dogma, a Vinterberg y a Lars Von Trier, no solo se han quedado sin Dios, también se han quedado sin sexo. Ha llegado el tiempo de los perversos. Es notorio en todo el arte germano; desde la literatura hasta la música. El arte alemán en este siglo se ha dado a la tarea de disectar, como en el caso de Totem, la neurosis medrosa de una sociedad enriquecida hasta el hartazgo. No bastó la reconstrucción económica del plan Marshall. Acomodados e infelices, los protagonistas de Totem viven bajo el fetiche freudiano, y la buena voluntad de Fiona (la sirvienta) tiene pocas posibilidades de cambiar el orden de las cosas. Hoy resulta increíble decirlo: Pasolini creía en la esperanza.
Totem es una opera prima. Jessica Krummacher ha hecho bien su trabajo. Desde las primeras secuencias se inserta en una tradición que tiene su forma particular de vivir el mundo. El Dogma 95 (aunque pasado de moda) sigue produciendo en el espectador la sensación de vivir una especie de documental que, sin embargo, se sustenta en las magníficas actuaciones de estos casi desconocidos. Las largas secuencias no adolecen de falta de tensión, una tensión que crece hasta el final patético. La palabra tragedia suena grande aquí. En estas historias no hay redención; no hay lugar para Prometeo. La benevolencia que al inicio del filme muestran los padres de familia hacia Fiona, se va volviendo extraña. Fiona limpia: platos, ropa... ¿enfermedades? Emergen rencores, burlas que no entendemos. ¿Qué tiene esta familia que está podrida hasta el hueso? Otra vez he recordado el grito que lanzó un periodista en Cannes: “¿Se han vuelto locos todos los alemanes?” Tal vez. Habrá que ver una segunda película de Krummacher para saber si el fatalismo de Totem es real u obedece solo a la moda pesimista de su país de origen.
Con todas las influencias del arte germano de la posguerra, Jessica Krummacher ha conseguido una primera película que inmediatamente se volvió objeto de crítica (generalmente positiva) en los círculos culturales. La discusión sigue presente. Particularmente, los críticos italianos se preguntan si eso es el arte: cine en el que no hay otra cosa que denuncias antropológicas y que no admite esperanzas hacia el ser humano. Totem es cine minimalista que, cámara en mano, no supera los dogmas que se impusieron hace ya tanto en Escandinavia. Totem es una película hecha para la crítica y sin embargo lo que hay que ver es la escasez de recursos: con treinta mil euros Jessica Krummacher ha conseguido el ominoso retrato de una sociedad que no sabe ser feliz y que vive en el Ruhr de su posmodernidad sin desear ya nada importante. Confortablemente insensible.

Totem (Tótem). Dirección Jessica Krummacher. Guión Jessica Krummacher. Fotografía Bjoern Slepman. Con Marina Frenk, Natja Brunckhorst, Benno Ifland y Fritz Fenne. Alemania, 2012

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