Fernando Zamora
El
asunto es así: uno va a ver una película austriaca y sabe que será truculenta. Ich seh, Ich seh es una de esas obras cien
por ciento vienesas: crueldad pura. Que es gran cine, nadie lo duda, pero si uno
no se siente atraído por los enfermos del alma, lo mejor será que pase de esta
película.
Ich seh, Ich seh
fue producida por Ulrich Siedl, director y guionista de un tríptico que,
igualmente austriaco, se solazaba en la ausencia de Dios: Paraíso fe, Paraíso esperanza
y Paraíso amor son obras monumentales
de una nación que desde los años en que Hitler pavimentaba su camino al poder no
ha encontrado su consuelo. Al menos eso parece decir un cine tan influido por Elfriede
Jelinek (la ganadora del Nobel de Literatura) que no puede salir de los mismos temas:
el asesinato, el incesto y el otro
como medio, no como fin. Resulta paradójico: aquella Austria que dio origen a
Mozart y al strudel de manzana es también la patria del nazismo y un mal de vivre que desde la caída del
imperio austro–habsbúrgico vive al garete: a pesar de sus altísimos niveles
económicos la nueva Austria se nos presenta triste como estos gemelitos que en Ich seh, Ich seh dudan que la mujer que
ha decidido operarse la cara sea en verdad su mamá.
Hace
algunos años en Cannes, durante la proyección de la película Michael de Markus Schleinzer, un
periodista gritó: “¡Están locos estos austriacos!” Lo hizo, me parece, durante
una escena en que se sugería abiertamente la humillación sexual a un niño de
ocho años. Ich seh, Ich seh tiene también
su dosis de pedofilia: dos gemelitos pasean por la campiña, los gemelitos se
desnudan y se meten a bañar, los gemelitos solo quieren ser amados por mamá.
Como es de suponer, detrás de estas imágenes se esconden perversiones. Primero
están las de la madre, una mujer que nos parece frívola y sádica. La cosa se
pone buena cuando descubrimos que los gemelitos son dignos de aquel otro
perverso vienés que se llamaba Sigmund Freud.
Y
es que, en efecto, los niños se encuentran al final de la latencia sexual y con
el Edipo vuelto loco mezclan al Internet con cierto accidente y al dios
crucificado, en un complot para asegurarse que mamá nunca los abandone. Lo
estoy diciendo, claro, en clave simbólica: la trama de una película como ésta
ha sido hecha para ser analizada y vale la pena, después de verla, un café para
charlar de lo que no está bien en la mente de los tres protagonistas.
En
un nivel más superficial, Ich seh, Ich
seh es un magnífico filme de suspenso en que la tensión entre dos niños y
su madre va creciendo hasta niveles que, no por esperados, son
menos inquietantes. El terror psicológico de estos gemelos parece el de un
mundo que se encontró tristemente con la máxima nietzscheana de la muerte de
Dios. Tal vez por eso el gemelito que atormenta a mamá reza tanto. Sufre lo que
el loco de la Gaya Ciencia, sufre lo que Austria desde el fin de la Primera Guerra
Mundial. Parece decir: ¡también los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y
nosotros lo hemos matado!
Ficha técnica
Ich seh, Ich seh (Dulces
sueños, mamá). Dirección: Severin
Fiala y Veronika Franz. Guión: Severin
Fiala y Veronika Franz. Fotografía: Martin
Gschlacht. Con Susanne Wuest, Elias Schwarz y Lukas
Schwarz. Austria,
2014.