Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
Antes de que Cronenberg se volviera convencional,
hacía películas como The Brood: antipsicoanálisis, horror y hasta
ciencia ficción se mezclaban en una historia que nos mantenía al borde del
asiento con el morbo de esos niños que, entre asqueados y fascinados, juegan
con un insecto. Shane Carruth, autor de Upstream Color (“autor” aquí
adquiere nuevas connotaciones: no hay puesto creativo en el que Carruth no haya
sido cabeza) tiene otras referencias. Y es que fanáticos de Cronenber sobran,
lo importante, en todo caso, es honorar al maestro y trascenderlo: ser teólogo
como Terrence Malick y contar terribles historias de amor como Atom Egoyan.
Lleno de obsesiones del sur de los Estados Unidos, Carruth
no solo toca temas religiosos. Como Mallick, da por descontado que su público
tiene, al menos, la disposición de hacerse preguntas como ésta: Y si Dios fuese
en realidad el Diablo, ¿qué?
Ganador del Premio Especial del Jurado en el Sundance
Film Festival, Carruth no ha dejado atrás su carrera de ingeniero informático.
Se la trajo toda con él. Gracias a esto ha podido llenar su cine de un
futurismo con toques de Teoría Cuántica: si divido el alma de una persona como
divide un físico los electrones, ¿es posible manejar una de las partes
manipulando la otra? ¡Entanglement!
Bloom suele decir a los aspirantes a escritor que si
no están dispuestos a medirse con Homero mejor que se dediquen a cosas más
rentables. Carruth se mide con el gran cine. Y para ello no necesita un blockbuster.
Basta con que su público lego teclee en Wikipedia el concepto “Entrelazamiento cuántico”
para que entienda que la obra de Carruth es una historia de ciencia ficción que
más debe a las preguntas filosóficas de Stanley Kubrick que a los fuegos
artificiales de Steven Spielberg. La historia, claro, tiene diversos niveles de
lectura. En el más básico hay un hombre capaz de transmitir ese cúmulo de
información que llaman “alma” de un cuerpo humano a un cerdo. Es aquí donde
comienza el entanglement. Y la
intriga. Y la historia de amor.
¿Acaso este porquerizo del sur, obsesionado como Carruth
con la creación de arte musical basado en sonidos cotidianos, es uno de esos
crueles dioses griegos que manipulaban a sus criaturas? ¿Acaso a la muerte de
Dios, el Diablo se adueñó del mundo y ha hecho de él un corral? No es que estas
preguntas vengan a la mente con gratuidad, Upstream Color tiene
todo para hacer que el espectador se meta en un viaje de hermenéutica, drogas,
gusanos y personalidades que se desvanecen en el complejo de Frankenstein. Aún
la más pueril de las lecturas de Carruth inquieta y fascina, entre otras cosas,
porque la película ha sido entretejida con una intensa historia de amor. Si los
protagonistas están locos es algo que el espectador tiene que decidir, pero su
amor es obsesivo y enfermizo, destructivo como el de los protagonistas de Barfly,
desmedido como el de los amantes de Léos Carax en Les Amants du Pont–Neuf y, en sus mejores momentos, tan
tierno, romántico y tanático como el de la exaltada Betty Blue.
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FICHA TÉCNICA:
Upstream Color. Dirección: Shane
Carruth. Guión: Shane Carruth. Música: Shane Carruth. Fotografía:
Shane Carruth. Con Shane Carruth, Amy Seimetz, y Andrew Sensenig.
Estados Unidos, 2013.
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