Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
Repetir que El
Gran Maestro es la historia del entrenador de Bruce Lee es mentir un
poco. Aquél “Hombre Ip” del más famoso artista marcial, fue tantas cosas que el
haber entrenado a ese niñito de la escena final es un pretexto mercadotécnico. El
Gran Maestro es muchas cosas más.
Para comenzar, es la nueva película de Wong Kar–Wai,
uno de los directores más importantes en la historia del cine. Es, además, un
paso adelante en la búsqueda que comenzó al separarse de su fotógrafo
Christopher Doyle.
La elegancia de Wong pareciera estancarse al
principio. Da por sentado que conocemos tan bien la
historia de China que sabemos todo sobre la ancestral rivalidad entre los
clanes del norte y los clanes del sur. Si la única información que tenemos
sobre China viene de Kung Fu Panda,
corremos el riesgo de encontrar aquí una sarta de lugares comunes. Pero ojo,
los lugares comunes solo preocupan al más común de los espectadores
contemporáneos y es claro que Wong Kar–Wai está dialogando con la historia del
cine y el arte chinos.
Como sea, cuando la película se adentra en terrenos
más conocidos en la cultura occidental (La Segunda Guerra
Mundial y la invasión de Japón) la cosa comienza a volverse más clara y uno
entiende mejor la forma en que Wong enlaza su historia con la historia del
mundo. La diferencia entre el primer Wong Kar–Wai (el de In The Mood for Love y Happy
Together) y el de una búsqueda más narrativa es notoria en una de las
escenas más brillantes de la película: un entierro que en el cine solo tiene
parangón en dramatismo con el entierro del hijo de Barry Lyndon. La diferencia
es ésta: que nunca pensé que podría comparar a Wong Kar–Wai con nadie. Era tan
absolutamente original, tan sin influencias. Sin embargo, ha sido en esta
búsqueda por pasar de un cine que es ante todo visual hacia un cine que también
es narrativo, que descubrimos su gusto por Kubrick, por Kurosawa y claro, por
la tradición del cine de artes marciales, desde Operación Dragón hasta Crouching
Tiger, Hidden Dragon.
Donde sin duda Wong Kar–Wai sigue siendo el mismo es
en la gran escena de amor. Esto es ópera. Ópera china y ópera occidental. Se
entrelazan las voces, un efecto que pareciera sencillo, pero que requiere de
habilidad: “decir que no te arrepientes de nada en la vida es engañarte a ti
mismo, qué aburrida sería la vida sin arrepentimientos”, dice ella. “Tu vida ha
sido una ópera,” dice él, “lástima que no hayas visto más allá de tu papel.” En
la forma en que se entrelazan los puntos de vista es justo reconocer todo lo
que Wong Kar–Wai ha cambiado. No, ésta no es la historia del maestro de Bruce
Lee, es una historia de amor en la que, como en toda gran historia de amor, solo
importan dos polos: el del principio y el del final. Todo lo que hay en medio
es un deleite visual: batallas, historia china y Kung Fu. Wong ha bebido sin
duda del cine estadounidense, pero como también dicen aquí, “el tigre siempre
vuelve a la montaña”. Debe ser cierto: Wong Kar–Wai ha vuelto a China.
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FICHA TÉCNICA:
El Gran Maestro (Yi dai zong shi). Dirección: Wong
Kar–Wai. Guión: Wong Kar–Wai y Jingzhi Zou. Música: Nathaniel
Méchaly y Shigeru Umebayashi. Fotografía:
Philippe Le Sourd. Con Tony
Leung Chiu Wai y Ziyi Zhang. China, 2014.
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