viernes, 1 de agosto de 2014

Abracemos el kitsch

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Suelo ir al cine lo más libre de prejuicios. Tal vez por eso lo primero que pensé cuando veía El violinista del diablo fue que estaba viendo algo así como a Cachirulo, no sé: como cine para televisión. Algo parecido a lo que sucede cuando escuchas a David Garrett. Piensas: “Este, sin duda, es un virtuoso, ¿por qué un hombre con tanto talento hace covers de Coldplay?” Hay que abrazar el kitsch para saberlo, para que la pregunta se responda por sí misma: “porque es bonito, ¿y qué?”

David Garrett es el hombre perfecto para interpretar a Paganini, un virtuoso que tantas dudas ocasionó en la Culture Police de su tiempo, como el alemán Garrett causa hoy. Hay que dejar de lado los prejuicios, la grandilocuencia de los decorados que recuerdan a Turner (y a todas luces animados por computadora) para entrarle al sentido del humor de un director que creció con Los Muppets. Solo así es posible entender que el arte no debiera carecer ni de su dosis de espectáculo ni de su dosis de buen humor. Eso es El violinista del diablo: un gran espectáculo con mucho humor y tan poca producción que las estrellas protagónicas son este extraordinario violinista (que no es un gran actor, a decir verdad) y un diablo digno de Shakespeare… o mejor: de Goethe. La razón por la que uno puede amar esta película es que hay en El violinista del diablo algo que nadie parece haber notado. Al menos en las críticas que he leído nadie lo dice: que ésta es en realidad una adaptación casi puntual del Fausto de Goethe. Los autores (incluido Garrett, claro; si recompone a Beethoven, ¿por qué no iba a atreverse a recomponer a Goethe?) retoman la obra fundacional de la literatura alemana y se quedan con lo más básico: un diablo juguetón y malévolo, una amada un poco frívola y un Fausto que es al mismo tiempo el genio decepcionado con la banalidad del mundo y el tipo que aspira a ser… banal. Quien haya disfrutado con la primera parte del Fausto de Goethe no puede perderse este espectáculo basado en la vida de Paganini.

Otro punto interesante de notar es la reinterpretación del tópico “nace una estrella”. En exquisitos filmes (Velvet Goldmine, por ejemplo) hemos visto la comparación entre un clásico y una estrella de rock. En su viaje por Londres, Paganini tiene todos los elementos para recordar que la locura frenética que vivió el mundo por primera vez en forma de “fanáticos” se engendró en Inglaterra. ¿Quién lo pensaría? La flema inglesa es la verdadera causa del furor de gente que enloqueció con las presentaciones de Paganini, los Beatles o los Rolling Stones.

La verdad es que disfruté muchísimo de El violinista del diablo aunque, eso sí, a los puristas les recomiendo abstenerse porque aquí Paganini no es el genio profundo que imaginan los biempensantes, es más bien un tipo kitsch y adorable como Garrett: mezcla de Mozart y Liberace, profundidad, riqueza y mucho glam. Y el momento cumbre de la película sin duda lo es: él toca, ella canta y todo es un espectáculo que hay que ver.
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The Devil’s Violinist (El violinista del diablo). Dirección: Bernard Rose. Guión: Bernard Rose. Música: David Garrett y Franck Van der Heijden. Fotografía: Bernard Rose. Con David Garrett, Jared Harris y Joely Richardson. Alemania, Italia. 2013.

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