viernes, 8 de agosto de 2014

Todo por un actor

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

No soy de la generación que vio en Michael Caine al rubio de sonrisa chueca y ojos claros, perfectos para interpretar al intachable doctor que gustaba de salir “vestida para matar”. Caine ha sido para mí otra clase de doctor: ese que en 1999 enseñaba a Tobey Maguire las bases de la medicina en The Cider House Rules. Hay que notar, sin embargo, que en estas dos películas la ambigüedad de la expresión de Caine ofrece profundidad a la historia: sus facciones, sus manos, el timbre de su voz se mueven entre lo romántico y lo perverso. Caine es una de esas bellezas masculinas a las que, diría Pasolini, parece dar lo mismo acariciar, besar o matar.

La guapura de Caine tiene el misterio de lo indeterminado y es por ello que, más que un romance dulzón, Last Love es una película que vale la pena ver por el retrato psicológico de los personajes. Last Love ha sido dirigida por la cineasta alemana Sandra Nettelbeck. Lo más notable es que pareciera explícitamente escrita y producida para el actor. ¿Qué sería de Breakfast at Tiffany’s sin la sonrisa inocente de Audrey Hepburn? Lo que Last Love sin el registro de expresiones de Michael Caine: una historia banal.

Last Love está basada en la novela francesa Dulzura que mata. Y la dulzura en este caso es la de una muchachita que un día parece comenzar a coquetear con un hombre que, cuando menos, le triplica la edad. Un buen guión, sin embargo, es distinto a un buen taxista. En una buena película uno se embarca creyendo que lo llevan a un sitio, pero lo sorprenden con algo todavía mejor.

Last Love está llena de críticas sutiles a la idiosincrasia estadunidense: hay un hombre que tiene trece años viviendo en París y que aún no sabe pedir de comer en francés, una mujer que no soporta el apartamento con vista a los techos parisinos (con todo y que allá a lo lejos se mira la Torre Eiffel) y otros clichés que contrastan con la contraparte de Caine: esta bailarina de pelos largos y mal peinados que representa en muchos sentidos a la Francia de la que se ha enamorado este viejo amargo que ha llegado a aprender que, aunque en Estados Unidos se vive mejor, la vida en París se vive más.

Last Love juega en la frontera entre el romance y la perversión con una historia basada en el peor tabú amoroso de nuestros tiempos. Aun el tabú del incesto pareciera poco frente a la idea de que un hombre tan mayor pueda querer seducir a esta muchachita, pero recordemos que un buen guión no es un taxi: en el cine uno no debe llegar nunca al sitio que imaginó.

Last Love provoca al espectador con la posibilidad de desarrollar en pantalla el amor más escandaloso y prohibido. Al hacerlo se mueve también en la frontera entre lo aceptable y lo verosímil, pero sale a flote gracias a Michael Caine, un magnífico actor que aún viejo sigue siendo seductor en el sentido más amplio de la palabra: el hombre ideal para hacer a este millonario que enamora a una muchachita de clase obrera sin caer ni en la vulgaridad ni en el moralismo.
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Last Love (El último amor del señor Morgan). Dirección: Sandra Nettelbeck. Guión: Sandra Nettelbeck. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Bernard Rose. Con Michael Caine, Michelle Goddet y Jane Alexander. Bélgica, Alemania, Francia, Estados Unidos, 2013.

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