sábado, 25 de abril de 2015

El último canto de Resnais

Fernando Zamora
@fernandovzamora

La última película de la Muestra es al mismo tiempo la última obra de Alain Resnais. La Nueva Ola Francesa cierra un ciclo con Aimer, boire et chanter, que en México clausura la 58 Muestra Internacional de Cine.

La evolución de la narrativa y sobre todo del cine como arte hacen de ésta una obra imprescindible. Lo es por la actuación, por la máxima que dentro de la ficción repiten los personajes de Resnais; una moraleja que es la de todo aquel arte que culminó en La Nueva Ola: el cine y la vida son dos realidades distintas. No se puede privilegiar una sin depreciar la otra.

En forma similar al testamento visual de Fellini (La voce della Luna), Resnais retoma sus temas, pero los subordina a la crítica que ve en la ficción un universo tan importante como éste que creemos real pero está hecho de verdades enajenadas.

Hay que decir también que, como sucede con La voce della Luna, la última obra de Resnais es un trabajo menor. No sucede como con Tarkovsky quien en El sacrificio terminó por decir todo lo que tenía que decir.

Aimer, boire et chanter está lejos de la contemplación inquietante de Hiroshima mon amour, no goza de la crítica un tanto irónica que, contra el capitalismo, La Nueva Ola siempre lanzó y que Resnais denunció en Mon oncle d’Amerique. La última película de Resnais culmina solo con un toque de amor por la vida que a algunos críticos les ha resultado más próximo a la frivolidad que a la exaltación de quien sabe que ya no volverá a filmar.

Unos actores aficionados tienen que interrumpir sus ensayos porque se han enterado que uno de sus amigos está a punto de morir. George el moribundo es, tal vez, el mismo Resnais. Basada en una obra de teatro, la película no pretende engañar al público para introducirlo en un entretenimiento alienante. Fiel hasta el último de sus alientos a las ideas de La Nueva Ola, Aimer, boire et chanter permanece lejos del “estilo de continuidad” hollywoodense que —en pocas palabras— se plantea como propósito alejar al espectador de su realidad para introducirlo en un mundo de ensueño en el que todo es posible. Pero, ¿cómo podría un creyente en los dogmas de La Nueva Ola tratar de sumergirnos en una ficción que nos hiciera olvidar la vida cotidiana? ¿No significaría un empeño semejante aceptar en el fondo que el cine es una realidad menor? No. En su teatralidad, en las actuaciones subidas de tono, en el colorido de los decorados, estos hombres y mujeres que viven el luto bebiendo, amando y cantando confirman que mientras exista quien piense que la realidad fílmica es paralela a nuestro mundo habrá cine; que mientras exista quien sostenga que realidad y ficción son ilusiones igualmente importantes en la historia humana, La Nueva Ola sigue viva como Resnais. Después de todo, de cosas así hemos teorizado desde tiempos de los griegos: el teatro en el teatro, la ficción en la ficción. El papel de la narrativa en todo lo que hace a lo humano justamente llamarse humano.


Aimer, boire et chanter (Amar, beber y cantar). Dirección: Alain Resnais. Guión: Alan Ayckbourn, Laurent Herbiet, Alain Resnais y Jean–Marie Besset. Fotografía: Dominique Bouilleret. Con Sabine Azéma, Hippolyte Girardot, Caroline Silhol, y Michel Vuillermoz. Francia, 2014.



sábado, 18 de abril de 2015

Edipo y la noche oscura del alma

Fernando Zamora
@fernandovzamora

Moebius, el artilugio topológico, parece demostrar la infinitud. En una superficie doblada sobre sí misma, uno puede siempre avanzar. ¿Por qué se llama Moebius la última película de Kim Ki–duk? Trataré de dar una respuesta parcial.

En Más allá del principio del placer, Freud dobla la psique humana como una cinta de Moebius y demuestra que el camino del dolor y el camino del placer se encuentran y complementan. Moebius pareciera querer demostrar esto: un muchacho sin pene encuentra en el dolor la sublimación sexual.

El cine coreano en general, y Kim Ki–duk en particular, gozan de esta característica: la influencia budista y la influencia cristiana se amalgaman en un todo que se ofrece, además, en una sociedad tan altamente industrializada que es capaz de poner en duda los supuestos del positivismo; a saber: que mientras más progreso, más felicidad.

Corea es el único país de Asia que se convirtió al cristianismo sin necesidad de una invasión armada. En Corea del Sur el cristianismo es parte de una cultura ancestral y este hecho permite a Kim Ki–duk explorar La Noche Oscura del Alma (ese concepto tan propio del misticismo cristiano) desde una perspectiva que, aunque no es europea, resulta profundamente freudiana.

Porque puede que uno crea (con un dejo de soberbia intelectual) que Freud está superado, pero el Edipo en tanto pugna simbólica por los afectos está más vigente que nunca, entre otras cosas porque el Premio Nobel Eric Kandel ha demostrado (en 2012) que hay bases neurológicas para suponer que al menos en algunas cosas Freud tuvo razón. La pugna simbólica del Edipo readquiere sus características de tragedia griega, de fábula tan profunda que es capaz de ofrecer una catarsis o purgación en esta extraordinaria película: Moebius.

Para no cometer la mala educación de adelantar la trama, analicemos algunas cosas que no tienen que ver en absoluto con la construcción narrativa de una película tan compleja. ¿Por qué los personajes no hablan? Lacan (el más freudiano de los freudianos según él) pensaba que El Habla era el acto humano por excelencia. Solo a través del habla, pensaba Lacan, era posible la cura. Pero Kim Ki–duk evidentemente va más allá: la castración (simbólica o real) no puede curarse con el habla. Hay un tercer camino y es aquí donde la ciencia de los sueños que inauguró Freud tiene muy poco qué decir. Es aquí donde entra en acción una última escena de devoción religiosa: la cabeza cercenada del Buda oculta el cuchillo y oculta el perdón. El falo del padre es la amenaza y es la salvación, el deseo erótico por la madre es a un tiempo la potencia y la impotencia. Solo lo que ella ha dado (el falo), ella, la madre, puede hacerlo funcionar.

Al menos así suceden las cosas en Moebius, una de las mejores películas de este director coreano reconocido internacionalmente por sus fábulas religiosas que aquí, por primera vez, se mezclan con la ciencia del inconsciente. En efecto, en el camino de la superficie sin fin, Freud se encuentra dentro de aquella oscura noche del alma que anunciaba san Juan de la Cruz.

Moebius (Moebiuseu). Dirección: Kim Ki–duk. Guión: Kim Ki–duk. Fotografía: Kim Ki–duk. Con Jae–hyeon Jo, Young–ju Seo y Eun–woo Lee. Corea del Sur, 2013.



jueves, 2 de abril de 2015

Un principito brasileño

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

La discusión está en el aire. ¿El cine es ante todo arte visual o arte narrativo? Yo a menudo me he inclinado por la primera opción. Creo que el cine es consecuencia directa de una búsqueda pictórica que quería atrapar el movimiento. Quien dude que el cine puede ser arte visual que vea O menino e o mondo, una fascinante película que, en la curaduría de la 58 Muestra Internacional de Cine, continúa con el tema de la depresión económica del mundo en este siglo que nos tocó vivir.

Parece exclusivamente anecdótico apuntar que Alê Abreu realizó cada uno de los miles de dibujos que forman esta animación. No lo es. Abreu es como los artistas del Renacimiento que obsesionados con un tema podían pasarse varios años trabajándolo. El misticismo de esta aspiración al arte también está aquí.

Si la forma no fuese tan superior al fondo, O nenino e o mondo podría ser un panfleto. Después de todo la historia va de un niño que vive el desarrollo de la Revolución Industrial en Brasil: desde las plantaciones algodoneras del XIX hasta las favelas que conviven junto a rascacielos arrogantes y fastuosos en el XX. El mensaje es sabido: que el futuro está atrás, que la industrialización solo ha traído miseria y que estábamos mejor en los viejos tiempos en que solo plantábamos para comer. Pero la forma es espectacular. El viaje de este niño por el mundo alrevesado del capitalismo salvaje tiene la fuerza de El principito, no solo por lo forzadamente simbólico de todo el asunto sino por lo hermoso del objeto en sí.

Estoy convencido de que la salud fílmica de un país se mide por el cine de animación. No hay país imprescindible en la historia del cine que no tenga grandes animaciones. Y cada una de ellas tiene su estilo: no es lo mismo la animación japonesa que la rusa o la estadunidense. Brasil es un país que en América Latina es el Goliat del cine entendido como arte, pero le faltaba una corriente de animación, un estilo tan propio como el que consigue Alê Abreu y que, por supuesto, se conecta también con la gran tradición de animaciones del mundo. En los decorados de la ciudad y en los personajes oscuros, burgueses, de sombrero de copa adivinamos las influencias rusas; en la lucha de dos aves entendemos el homenaje a la inglesa Pink Floyd: The Wall, en el onirismo hay algo de animación francesa y en la construcción de una historia paralela se evidencia la libertad del anime japonés. Hay sin embargo algo que da a todas estas influencias un respiro, un aire renovado. No se trata solo del uso del sonido y los letreros al revés (tal vez para simbolizar que el capitalismo posterior a la Revolución Industrial es un mundo alrevesado). No. La novedad, la originalidad de la obra de Abreu está en las secuencias que asemejan un caleidoscopio, en el collage de técnicas que incluyen la animación tradicional y la tecnología de punta y sobre todo en esos adorables “monitos” que siguen al niño del título por un Brasil militarizado e impotente, un Brasil huérfano pero lleno de vida interior.


O menino e o mundo (El niño y el mundo). Dirección: Alê Abreu. Guión: Alê Abreu. Fotografía: Débora Fernandes, Débora Slikta Luis Enrique Rodrigues y Marcus Vinicius Vasconcelos. Con la voz de Vinicius Garcia, Brasil, 2013.

viernes, 27 de marzo de 2015

Entre la miel y la hiel

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

¿Cuánto vale la vida de un mesero cuarentón? Il capitale umano (película italiana que inaugura la 58 Muestra Internacional de Cine) aclara el punto con una dosis de miel y otra de hiel. ¿Puede haber comedia en algo tan sórdido como la muerte de un hombre que vuelve a casa después de una dura jornada de trabajo? Esta película parece decir que sí. Solo el gran cine edifica con cosas así.

La crisis del capitalismo en esta segunda década es el tema de una Muestra que tiene, como en los buenos tiempos, una auténtica visión de curador. La crisis italiana se desarrolla aquí en cuatro partes que se entrelazan a la manera de Tarantino. Paolo Virzì, director de Il capitale umano, usa a favor de su historia estereotipos de la sociedad europea para mostrar que toda vida tiene su precio. Y estamos hablando de un precio real. Tiene precio el pequeño empresario que, como sucede con los avaros, quiere más. Tiene precio el rico dueño de un palacete como los que vimos en La Grande Belleza, tienen precio el muchachito que se droga y la mujer idealista que siempre quiso ser actriz pero que entre arte, amor y dinero prefiere, como tantos, el dinero.

Desde la primera toma de Il capitale umano es notable que Virzì coloca la cámara no solo en el lugar más eficiente, también en el más bello. Y si uno es de esos que piensa que la belleza es relativa debería de ver Il capitale umano. En el capitalismo todos valemos dinero contante y sonante, esto es real. Tanto como que la belleza existe. Ambos puntos quedan claros viendo a Virzì.

Con respecto a la crítica al capitalismo y a la denuncia de la crisis de Europa, Virzì esgrime otros valores casi tan interesantes como el ojo para elegir el lugar de la cámara. A saber, la falta de moralismo. En efecto, esta historia pudiese haber caído del lado del cinismo si al director se le hubiesen pasado las cucharadas de miel, pero pudo haber caído en la moralina si se le hubiese pasado la hiel. El resultado es perfecto, sazonado con la simplicidad y elegancia de un platillo italiano.

En el medio justo de los grandes artistas que además hacen también de filósofos, Virzì cuenta tres historias de avaros y una historia de amor. Es en ésta, en la historia de amor, en la que todo el tema del valor económico de un mesero muerto adquiere profundidad. Porque, sin caer en cursilerías, el autor de Il capitale umano usa como pretexto un thriller en que la pregunta “¿quién mató al mesero?” mantiene al público al borde del asiento para deslizar la historia de la niña bien y el niño mal que enternece con el esquema de La Dama y El Vagabundo.

Decía Nietzsche que no porque haya tanta mierda en el mundo, el mundo es merdoso. Debe ser cierto. En torno a la desgracia de un obrero, Virzì ha dirigido una comedia agridulce. A la altura de la gran tradición del cine italiano. No es poco. Fellini, Pasolini, los hermanos Taviani y aun Paolo Sorrentino son aquí fantasmas, influencias y homenajes que viven entre la miel y la hiel.


Il capitale umano (El capital humano). Dirección: Paolo Virzì. Guión: Paolo Virzì, Francesco Bruni y Francesco Piccolo basados en la novela homónima de Stephen Amidon. Fotografía: Jérôme Alméras. Con Fabrizio Bentivoglio, Valeria Golino, Valeria Bruni y Fabrizio Gifuni. Italia, 2013.

viernes, 20 de marzo de 2015

Solo buenas intenciones

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Third Person es una película de viñetas. Las escenas se suceden una a otra sin que (al menos en apariencia) haya otro interés que el ritmo: introducir al espectador en una de esas ensoñaciones en que a veces se vive el cine: sin memoria ni deseo. No esperaríamos menos de Paul Haggis, guionista metido a director con tanto tino que consiguió que Crash (escrita y dirigida por él) fuese la primera película en la historia del Oscar en que un escritor fue premiado por director y productor.

Es posible que Haggis esté pasando por una crisis literaria tan grave como la de uno de sus protagonistas, ese que interpreta Liam Neeson. Con una carrera tan rápida y brillante como la de Haggis debe haber sido difícil conseguir triunfar con una película tan pretenciosa. Y es que, en efecto, Third Person es muy mala. Tanto que, como suelen hacer las distribuidoras estadunidenses con sus aliados en las distribuidoras mexicanas, nos la han enviado dos años después de su estreno para tratar de recaudar el dinero que no consiguieron allá.

Third Person aspira a ser como La Grande Bellezza. Ambas películas están construidas con viñetas deshiladas en apariencia; hay en ambas una genuina preocupación por el cine como arte visual (y no como producto de mercado) y un regodeo en ciertos personajes de la vida cotidiana que a veces son viciosos, a veces tiernos y a veces banales. En ambas películas el autor, a través de su protagónico, mira al mundo como el poeta Villaurrutia: “como mira un Dios lo que ha creado”.

La diferencia es que Paolo Sorrentino consigue, sobre todo desde lo visual, momentos extraordinarios. En Third Person a Haggis se le ven las costuras y comete errores que desnudan su calidad de guionista que no ha terminado por dar el salto a director. Las “tomas de locación”, por ejemplo. Estamos en París. La cámara ofrece la visión de una calle. Corte a: estamos al interior de un departamento. Esta clase de narrativa está más cerca de la telenovela (el pasquín) que de la narrativa de una obra como la que claramente está aspirando a escribir el guionista de Million Dollar Baby.

Tres historias en tres ciudades espectaculares (Roma, París y Nueva York) conviven entre sí. La razón no queda muy clara pero hay un escritor que aparentemente está introduciéndonos en las ficciones del libro que está trabajando. Si así fuera estaríamos ante una suerte de juego de espejos que más que artificio se ha vuelto cliché. Tal vez en este intento uno entienda el título: Third Person, en tercera persona. Puede que el autor esté queriendo discutir la noción de que la voz narrativa en tercera persona está superada y transmitir al espectador una obra que, por ello mismo, se vuelve confusa y le queda grande. Para ser una obra de arte visual, Third Person tiene pocos recursos; para ser una obra de arte narrativo, la película carece de interés. Al mejor cazador se le va la liebre, reza el refrán. A Haggis se le fueron las cabras. La película más pretenciosa de su filmografía se ha quedado llena de buenas intenciones que fue incapaz de cumplir.

Third Person (Amores infieles). Dirección: Paul Haggis. Guión: Paul Haggis. Fotografía: Gianfilippo Corticelli. Con Liam Neeson, Kim Basinger y Adrien Brodi. Estados Unidos, 2013.



sábado, 14 de marzo de 2015

Sexo, amor y física nuclear

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Une Rencontre cuenta la historia (vieja como el mundo) de una pareja que encuentra las delicias del sexo y el amor en el adulterio. Él está casado y tiene un hijo. Ella está divorciada y tiene dos. Luego del encuentro, nuestros héroes sacan juventud de su pasado y dan a su vida lo único que falta: un affaire.


Cuando uno era adolescente y esperaba el primer orgasmo como quien espera la Navidad, se entretenía mirando filmes de amor quinceañero. The Breakfast Club o St. Elmo’s Fire son memorables. Hay otros olvidables. Never Been Kissed, por ejemplo. Todas ellas exaltan el amor erótico y adolescente: el viejo Boy Meets Girl que ha hecho la delicia de tantos desde antes que Shakespeare escribiera Romeo y Julieta. Une Rencontre trata de amores adolescentes pero con algunos cambios que vale la pena notar y otros elementos que, por consistentes, también vale la pena notar. En el primer rubro está la edad de los amantes. No por cuarentones dejan de estar atentos al teléfono, emocionados por el amor, rozagantes. Parecen muchachitos. El elemento que no varía es éste: la banda sonora. Todo adolescente sabe que la música es esencial en el amor. Parece que también los cuarentones, sobre todo cuando son adúlteros, se interesan en tararear la canción de moda… en los ochenta.

Hay grandes películas de adulterio. The Bridges of Madison County, dirigida en 1995 por Clint Eastwood, me parece la mejor. Luz silenciosa, de Reygadas, tampoco está mal. Pero éstas son películas que descubren lo humano en la ruptura de una promesa matrimonial. En Une Rencontre uno adivina la frivolidad de la palabra “amor” en estos tiempos. Ninguno de los protagonistas se toma en serio la promesa que tradicionalmente implica el matrimonio. Una cosa es ser madame Bovary en el siglo XIX y otra ser la escritora divorciada convencida de que la sociedad ha superado la etapa del amor incondicional.
Tal vez por todo lo anterior la directora usa artificios para dar interés a una película que de suyo no lo tiene. El primer artificio es la música ochentera y no hay aquí ya nada que decir. El segundo es un poco más tramposo aunque ha ganado sesudas reflexiones por parte de la crítica. Y es que como la historia de dos adúlteros que en el fondo no se juegan nada carece de interés, la directora dio un giro extraño al final de la película.

Estoy convencido de que contar el final de una película es un acto de mal gusto que todo libro de modales debiera reprobar, pero invito al público a llegar hasta las últimas consecuencias de este affaire para adentrarse en una disquisición más propia del cine de vuelos filosóficos o de una película de ciencia ficción. A pesar de que es en este giro que Une Rencontre ha encontrado aceptación de la crítica en Europa, yo me quedo con la impresión de que Lisa Azuelos no tenía ni idea de qué iba a suceder con sus amantes y tuvo que inventarse un final así: aparentemente intelectual, ocioso. En todo caso hay algo cierto. La historia amorosa y musical de estos adolescentes cuarentones termina tan abruptamente como empezó.


Une Rencontre (Un encuentro). Dirección: Lisa Azuelos. Guión: Lisa Azuelos. Fotografía: Alain Duplantier. Con Sophie Marceau, François Cluzet y Lisa Azuelos. Francia, 2014.

viernes, 6 de marzo de 2015

El fantasma de la repetición

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

La repetición es un tópico importante en la teoría de Freud, esa que a principios del siglo pasado dio origen al principio de muerte, ese que, en la repetición, está más allá del principio del placer. La repetición es el tópico más inquietante en Big Eyes de Tim Burton.

Big Eyes no es la mejor película de Burton pero tiene el poder de las obras menores de un gran maestro. Hay que decir también que, aunque el diseño de producción está a la altura de Edward Scissorhands, el tono no cuaja del todo.

Se sabe que están de moda las novelas–sin–ficción. La de Burton es una película–sin–ficción. Parece sin embargo que el cineasta no ha pensado a profundidad las implicaciones de este tipo de cine. En este sentido vale la pena comparar a Burton con Javier Cercas quien en El impostor cuenta una historia muy semejante a ésta aunque con un resultado mucho mejor.
Es justamente la aparente falta de reflexión de Burton en torno a los mecanismos de la narrativa–sin–ficción, lo que se traduce en un problema general de tono. Y es que el más adecuado para contar esta historia está logrado en los momentos en que la cámara y el montaje imitan al documental. Pero Burton es Burton y tengo la impresión de que los documentales deben aburrirlo muchísimo. Las partes más divertidas en Big Eyes son por eso las más fuera de lugar.

Me he quedado con la impresión de que Big Eyes es una película hecha por encargo. No se trata solo de que detrás de la historia haya tanto dinero de por medio. Hay secuencias que parecen dirigidas por el asistente del director. La cámara no termina por estar en el mejor lugar, algo muy raro en el cine de este director.

Y sin embargo se mueve. Big Eyes permite ver algunas de las filias y fobias del afamado cineasta. A lo largo de toda la película uno respira un desprecio de Burton hacia autores como Andy Warhol. Hay, en todas las alusiones al rey del arte pop, un tufillo a veneno, un desprecio que resulta interesante en la interpretación global de la obra de un artista como el que estamos tratando.

Por otro lado, está el hecho de que los dibujos de niños de ojos grandes parecen haber inspirado al mismo Burton. Si uno no conociera la historia de Margaret Keane correría el riesgo incluso de pensar que las pinturas son de él; tal vez por eso el director se cura en salud y deja claro que Keane es una artista muy menor, pero otra vez, en esta contradicción la película parece fuera de tono.

La repetición es un tópico importante tanto en la teoría freudiana como en la película Big Eyes. Uno se pregunta por qué la mujer ha ido saltando de relación en relación para repetir el abuso perpetrado contra ella; uno se pregunta por qué el marido puede conseguir mujeres tan heridas que solo una religión como la de los testigos de Jehová puede darles contención. Uno se pregunta: ¿por qué será que ni Tim Burton ni Margaret Keane pueden dejar de vivir obsesionados con niños que, abandonados por sus padres, miran el mundo detrás de sus ojos grandes?

Big Eyes (Ojos grandes). Dirección: Tim Burton. Guión: Scott Alexander y Larry Karaszewski. Fotografía: Bruno Delbonnel. Con Amy Adams, Christoph Waltz y Krysten Ritter. Estados Unidos, Canadá, 2014.