Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
Decía
Nietzsche que la única justificación de la vida es estética. Esta idea, llevada
a sus últimas consecuencias, conduce a pensar que la única justificación del
amor es la belleza. Yo no soy Nietzscheano pero Ulrich Seidl, autora de Paradies: Liebe sí. Tanto que en
la trilogía de la que Paraíso: Amor
forma parte se ha dado a la tarea de desmantelar eso que los cristianos llaman “virtudes
teologales” y que para ella son “paraísos artificiales” nada más: fe, esperanza,
amor. Como Nietzsche, Seidl mira a Dios muerto y, como Nietzsche, la
justificación de algo como Amor solo la encuentra en la belleza.
¿Puede
ser hermosa la historia de una mujer entrada en años y carnes que se va a Kenia
para prostituir muchachitos? Dicho así, no pareciera, pero la fotografía, el
diseño del cuadro y el video (auténtico cine–lápiz con el que Seidl persigue a
esta mujer por las playas de Kenia) contradice la intuición: Paradies: Liebe es, francamente, una
película muy hermosa justo gracias a su pesimismo nietzscheano.
El
cine austriaco ha ganado fama en los festivales del mundo por sus truculencias.
Pedófilos asesinos, mujeres perversas. Seidl se une a la tradición con esta
historia de Sugar Mamas que
compran jovencitos kenianos flacos no por el gimnasio o el trabajo sino más
bien por desnutrición. Austria continúa sus búsquedas artísticas en la
tradición que, desde tiempos de la disolución del imperio austrohúngaro, ha
retratado la miseria de un mundo que se quedó sin Dios ni emperador. Ante el
horror de la muerte de Dios, rey y patria, lo único que le quedó a los vieneses
fue la belleza.
Ahora,
hay que entender belleza en un sentido amplio. Si no, sería imposible verla en Klimt,
Kokoschka o Schiele; en la literatura de Jelinek y en el cine de Seidl. Los
rostros deformes de la escuela vienesa de pintura y la sexualidad maniaca de
Jelinek vuelven a encarnarse en esta gorda caliente que pudiese leerse como
denuncia de la falta de sentido que padece la sociedad post–industrial.
Pero
no. Paradies: Liebe puede
(¿tal vez debe?) verse con más picardía latinoamericana que con enojo post–marxista
o (¡Dios nos libre!) desdén moralista. Si uno es pícaro, verá que la historia
de Seidl está llena de belleza: son hermosos los muchachos negros que limpian
la piscina, son hermosos los muchachos negros que hacen malabares en la escena
final y, lo increíble, es hermosa esta cenicienta gorda que ha venido a enamorarse
a Kenia de su príncipe correoso, joven, caliente y mal alimentado. La vida, lo
sepan los vieneses o no, no necesita justificación. En ella, la belleza se da.
Paradies: Liebe está
llena de contrastes: en los colores, en la vida y la sociedad. Él es flaco,
ella gorda, él pobre, ella rica, él negro, ella blanca. Verla con ojo moral o,
peor, con ojo de denuncia llevaría irremediablemente a perder la belleza de
estos muchachos que se prostituyen tanto en Kenia como en Acapulco: acostándose
con hombres y mujeres ricos y carnosos detrás de una tela púrpura que se mueve
al ritmo del viento y sus gemidos de amor.
FICHA
Paraíso: Amor
(Paradies: Liebe) Dirección:
Ulrich Seidl. Guión: Ulrich Seidl y
Veronika Franz. Fotografía: Edward
Lachman y Wolfgang Thaler. Con Margarethe
Tiesel y Peter Kazungu. Austria, Alemania, Francia, 2012.
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