Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
Todo
en Whiplash resulta un
misterio. No un misterio detectivesco. Uno más inquietante: ¿por qué estamos
aquí? Misterio existencial.
Whiplash es una obra maestra. Ataca
con sazón digno del arte musical (sazón significa tempo) las necesidades de un baterista
que en su vida ha derribado tantos prejuicios burgueses que está en peligro de
muerte. ¿El arte puede matar? Creo que sí aunque… solo si te va la vida en el
arte.
¿Por
qué se ocupa tanto Andrew en destruir su vida de niño burgués en aras de un
momento musical? Entendido el personaje de Andrew (y se entiende toda vez que
el actor es magnífico), la pregunta resulta tan ociosa como ésta: ¿por qué se
ocupa tanto en vivir?
Sería
absurdo plantearse la pregunta así, pero hay que decir que, aunque en Andrew la
distinción entre jazz y vida se ha desdibujado, a veces lo atacan las dudas:
¿será mejor la vida burguesa de un buen matrimonio? En el estudio de Andrew hay
un afiche que reza: “Si eres mediocre terminarás tocando en una banda de rock”.
Quien entre al corazón del corazón de Andrew verá que no es el rock lo que le
intimida. Le intimida la intrascendencia, la desazón: vivir fuera de tempo.
Es
aquí donde resulta necesario (tanto en la vida como en la ficción) un
antagonista. Un profesor, en este caso. Fletcher es un peleón, hijo de puta,
malévolo y castrante que todo lo escucha. Es tan malévolo que el título de la
película sugiere una torcedura en el cuello que en cualquier momento puede
volverse textual. Fletcher es la sombra del Miyagi de Karate Kid o, mejor, aquel coronel que en Apocalipsis de Coppola se
regodeaba en el aroma de napalm. Llegados a este punto queda claro que la lucha
entre Andrew y Fletcher es a muerte. ¿Quién es aquí dueño del tempo?
No
se crea, por favor, que de lo que estoy escribiendo aquí es de un duelito de
interpretaciones. No. No es ni siquiera un duelito de egos. Estamos hablando de
humillar y torturar a alguien frente a una multitud desconcertada en el
Carnegie Hall. Nada más.
El
último gran descubrimiento de la música occidental es el jazz. Hay en esta
música el germen de una batalla de amo-odio, toda vez que los esclavos
africanos que nos regalaron estos ritmos y colores a veces querían hacer el
amor a sus amos y a veces les rebanaban el cuello. De eso estamos hablando. La
guerra entre Andrew y Fletcher es la misma que se libra entre amo y esclavo.
¿Quién va a someter a quién?
Someter.
Hay en esta palabra el eco de un acto guerrero, pero también el de un acto
sexual. Amor y violencia. He aquí otro de los misterios que se nos aparecen en Whiplash. ¿Cómo es que
esta batalla mortal se parece tanto a estar haciendo el amor? A las cuchilladas
sigue el abrazo y al abrazo sigue uno de los orgasmos fílmicos más explosivos a
los que yo haya asistido. Así culmina esta película. Porque los misterios en Whiplash no son detectivescos,
son los misterios de hombres capaces de sacrificar todo lo que la burguesía
considera importante (el amor, por ejemplo) a cambio de un fugitivo tempo de jazz.
Whiplash (Whiplash: música y obsesión) Dirección: Damien Chazelle. Guión:
Damien Chazelle. Música: Justin
Hurwitz. Fotografía: Sharone Meir. Con Miles Teller, JK Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser.
Estados Unidos, 2015.
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